El Carnaval es una fiesta de origen pagano cuya procedencia se remonta
a la antigüedad, fue a raíz de la expansión del Cristianismo cuando mas auge
alcanzó y adquirió el nombre de Carnal o Carnaval. Tiene como motivo principal,
despedirse de comer carne y de llevar una vida lujuriosa durante el tiempo que
dura la Cuaresma.
La fecha del Carnaval tiene
una relación directa con la de Semana
Santa, por lo cual, al ser variable, unos años coincide en el mes de febrero y
otros en el de marzo. Tradicionalmente se celebran los tres días anteriores al
Miércoles de Ceniza; conocidos popularmente como domingo, lunes y martes de
carnaval.
Máscaras. |
Remontándonos a la mitad del
pasado siglo, lo primero que nos viene a la memoria cuando nos
referimos al Carnaval en Almaciles es la palabra «máscara», pues más que disfrazarse se decía
vestirse de máscara.
En aquellos años de la
dictadura, el Carnaval, paradigma de la libertad, estaba prohibido como tal y,
especialmente, ir con la cara tapada. Aún así, no faltaban quienes hacían caso
omiso y se vestían de esta manera y se paseaban por el pueblo ante la
permisividad o vista gorda que en ocasiones hacían las autoridades.
Para vestirse de máscara no
se empleaban ni la mejor ropa ni la más nueva, más bien todo lo contrario, se iba al arca o al cofre
donde se guardaba la ropa desechada y se elegía la más vieja y anticuada; pues
de lo que se trataba era de que no se conociera la identidad del que se
disfrazaba.
Era común que las mujeres se
vistieran de hombres y los hombres de mujeres, se tapaban la cara con una gasa
o trapo no muy tupido para poder ver sin ser reconocidos. De esta manera, las
mascaras se dirigían a la gente distorsionando el timbre de voz, diciendo: ¡Qué
no me conoces! ¡Qué no me conoces!
El Carnaval también era un
manifiesto de chascarrillos, bromas y parodias en los que destacaban algunos
vecinos como: Domingo «el Barbero», Pedro José «el Municipal», Desiderio «de
Tesifonte» y Francisco «de la Concha» quienes todos los años
protagonizaban una serie de graciosas y picarescas actuaciones que llamaban la
atención por su extravagancia y originalidad.
El Carnaval terminaba la
noche del martes, «noche del reventón», se llamaba así por la copiosa cena en
la que no podían faltar buñuelos y tortas fritas para hacer frente con
suficiente energía al ayuno preceptivo del día siguiente: Miércoles de Ceniza.
Cuaresma
Con el final del Carnaval se da paso a la Cuaresma, periodo de cuarenta
días previo a la Semana Santa, que comienza efectivamente el Miércoles de
Ceniza. Este periodo está marcado por la preparación de la Pascua, en el que la
Iglesia preconiza un tiempo de privaciones, arrepentimiento y penitencia que
sirven de preparación al cristiano para recordar la pasión, muerte y
resurrección de Cristo.
Debido a la fuerte secularización
que se ha producido en nuestra sociedad, muchas prácticas relacionadas con este
tiempo litúrgico han caído en desuso. Aún así, todavía hay familias que guardan
la cuaresma y se abstienen de comer carne los miércoles y viernes de la misma.
En este sentido hay que decir que hasta mediado el pasado siglo existía la
Bula. Ésta consistía en un documento aprobado por el Papado que concedía
derechos especiales o liberaba de ciertas obligaciones religiosas a quien la
poseía. Así pues, las parroquias extendían una bula de carne, que previo abono
de una aportación económica establecida, liberaba a la persona para poder comer
carne durante la Cuaresma, excepto el Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. El
pago de la Bula fue abolido en los años sesenta, tras el Concilio Vaticano ii.
Otras prácticas de uso común
era que el hombre se privara de algún vicio
habitual como el de la bebida y el tabaco o no afeitarse la barba durante
el período cuaresmal. A estos sacrificios simbólicos se les denominaba «guardar
la cuaresma».
Hasta la mitad del pasado
siglo se celebraba en Almaciles un rito pintoresco, al parecer de origen
pagano, de gran interés etnográfico, que venía a rememorar la mitad de la
cuaresma y era conocido como «aserrar al
viejo».
Como otras muchas, esta
tradición tenía una carga simbólica y estaba representada por dos muñecos o
marionetas con figura humana: una femenina y la otra masculina: la Vieja y el
Viejo.
La Vieja. |
La femenina representaba a
una mujer adulta que generalmente se
hacía o confeccionaba sobre unas devanaderas que le servían de cuerpo y se le
acoplaba un refajo o enagua. Después se adornaba con atuendos propios de la
época, incluidos pañuelo, pendientes y otros ornamentos con el fin de que
tuviera buena presencia.
Esta figura de «la vieja»
representaba a la Cuaresma y era expuesta en la plaza y en las calles para que
los vecinos la contemplaran.
El muñeco masculino de
confección y presencia nada refinada, se hacía con unos pantalones viejos y una
camisa desechada que se rellenaban de serrín o paja, y se le solía aplicar como
cabeza una calabaza o un puchero de barro. Todo ello resultaba una figura de
tamaño humano que era conocida como «El Viejo»
Éste, sin embargo, sólo era
visible en el momento en que se procedía a «aserrarlo» en la plaza ante el
numeroso público que allí se congregaba para contemplarlo. El acto consistía en
sujetar o atar al viejo por la cintura con una cuerda que se tendía desde una
ventana a otra de la calle, quedando éste en el centro, mientras que varias
personas situadas en cada una de dichas ventanas, tensaban y aflojaban la
cuerda, produciendo vaivenes en el muñeco hasta que se partía y se desarmaba
ante la risa y el jolgorio de los asistentes.
El Viejo. |
El acto de «Aserrar el Viejo»
no estaba exento de alguna que otra sorpresa, como era el de alojar varios
ratones dentro de una vasija de cerámica que se introducía en el interior del
muñeco. De manera que cuando éste se desarticulaba, la vasija caía al suelo y
se rompía, lo cual hacía que los roedores salieran corriendo desorientadas en
distintas direcciones ante el sobresalto del público asistente. Esta misma
operación también solía realizarse con un gato.
En otras ocasiones se metía un recipiente lleno de caramelos y
peladillas que al caer y romperse hacía las delicias de los zagales que
contemplaban el espectáculo.
Este rito jocoso que se
celebraba el miércoles que mediaba la Cuaresma , no hacía sino recordar que la mitad de
la misma ya había pasado, y restaba la otra mitad.
En lo que se refiere a la
celebración de este rito en otras partes de España no hemos encontrado ningún
precedente, aunque el antropólogo e historiador don Julio Caro Baroja hace
mención actos similares celebrados en Madrid y otros lugares de Andalucía entre
los siglos xvii al xix, en los que se celebraban actos
folclóricos sobre la representación de la cuaresma como una vieja:
«Parece ser que en el siglo XVII la gente de Madrid se reunía en la Plaza Mayor, a mitad de la Cuaresma, con el objeto de partir, o ver partir, o aserrar, a una vieja por la mitad (con una sierra), acto que indicaba que el periodo cuaresmal también se había partido. Refiriéndose a Andalucía y en una época posterior (a fines del siglo XVIII y comienzo del XIX) se serraba por la mitad la figura de una vieja que representaba ala
Cuaresma ».
«Parece ser que en el siglo XVII la gente de Madrid se reunía en la Plaza Mayor, a mitad de la Cuaresma, con el objeto de partir, o ver partir, o aserrar, a una vieja por la mitad (con una sierra), acto que indicaba que el periodo cuaresmal también se había partido. Refiriéndose a Andalucía y en una época posterior (a fines del siglo XVIII y comienzo del XIX) se serraba por la mitad la figura de una vieja que representaba a
Si bien estos ritos eran
análogos a los que se realizaban en Puebla y Almaciles en cuanto al fondo, no
los eran en la forma, con lo cual, es plausible que la tradición del binomio
viejo-vieja tal como aquí se hacía, fuera patrimonio exclusivo de este
municipio.
Juan García Tristante.
Juan García Tristante.
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Bibliografía.
Berruezo Díaz, A. PUEBLA DE DON FADRIQUE 1525-1580. Sucesores de Nogués, Murcia 1980.
Caro Baroja, J. EL CARNAVAL (Análisis Histórico -Cultural) Madrid, 1983, páginas 144-145-146.
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