jueves, 11 de diciembre de 2014

20. CARNAVAL Y CUARESMA


El Carnaval es una fiesta de origen pagano cuya procedencia se remonta a la antigüedad, fue a raíz de la expansión del Cristianismo cuando mas auge alcanzó y adquirió el nombre de Carnal o Carnaval. Tiene como motivo principal, despedirse de comer carne y de llevar una vida lujuriosa durante el tiempo que dura la Cuaresma.
La fecha del Carnaval tiene una relación directa con la de  Semana Santa, por lo cual, al ser variable, unos años coincide en el mes de febrero y otros en el de marzo. Tradicionalmente se celebran los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza; conocidos popularmente como domingo, lunes y martes de carnaval.


Máscaras. 
Remontándonos a la mitad del pasado siglo, lo primero que nos viene a la memoria cuando nos referimos al Carnaval en Almaciles  es la palabra «máscara», pues más que disfrazarse se decía vestirse de máscara.
En aquellos años de la dictadura, el Carnaval, paradigma de la libertad, estaba prohibido como tal y, especialmente, ir con la cara tapada. Aún así, no faltaban quienes hacían caso omiso y se vestían de esta manera y se paseaban por el pueblo ante la permisividad o vista gorda que en ocasiones hacían las autoridades.
Para vestirse de máscara no se empleaban ni la mejor ropa ni la más nueva, más bien  todo lo contrario, se iba al arca o al cofre donde se guardaba la ropa desechada y se elegía la más vieja y anticuada; pues de lo que se trataba era de que no se conociera la identidad del que se disfrazaba.
Era común que las mujeres se vistieran de hombres y los hombres de mujeres, se tapaban la cara con una gasa o trapo no muy tupido para poder ver sin ser reconocidos. De esta manera, las mascaras se dirigían a la gente distorsionando el timbre de voz, diciendo: ¡Qué no me conoces! ¡Qué no me conoces!
El Carnaval también era un manifiesto de chascarrillos, bromas y parodias en los que destacaban algunos vecinos como: Domingo «el Barbero», Pedro José «el Municipal», Desiderio «de Tesifonte» y Francisco «de la Concha» quienes todos los años protagonizaban una serie de graciosas y picarescas actuaciones que llamaban la atención por su extravagancia y originalidad.
El Carnaval terminaba la noche del martes, «noche del reventón», se llamaba así por la copiosa cena en la que no podían faltar buñuelos y tortas fritas para hacer frente con suficiente energía al ayuno preceptivo del día siguiente: Miércoles de Ceniza.
Cuaresma
Con el final del Carnaval se da paso a la Cuaresma, periodo de cuarenta días previo a la Semana Santa, que comienza efectivamente el Miércoles de Ceniza. Este periodo está marcado por la preparación de la Pascua, en el que la Iglesia preconiza un tiempo de privaciones, arrepentimiento y penitencia que sirven de preparación al cristiano para recordar la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Debido a la fuerte secularización que se ha producido en nuestra sociedad, muchas prácticas relacionadas con este tiempo litúrgico han caído en desuso. Aún así, todavía hay familias que guardan la cuaresma y se abstienen de comer carne los miércoles y viernes de la misma. En este sentido hay que decir que hasta mediado el pasado siglo existía la Bula. Ésta consistía en un documento aprobado por el Papado que concedía derechos especiales o liberaba de ciertas obligaciones religiosas a quien la poseía. Así pues, las parroquias extendían una bula de carne, que previo abono de una aportación económica establecida, liberaba a la persona para poder comer carne durante la Cuaresma, excepto el Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. El pago de la Bula fue abolido en los años sesenta, tras el Concilio Vaticano ii.
Otras prácticas de uso común era que  el hombre se privara de algún vicio habitual como el de la bebida y el tabaco o no afeitarse la barba durante el período cuaresmal. A estos sacrificios simbólicos se les denominaba «guardar la cuaresma».
Hasta la mitad del pasado siglo se celebraba en Almaciles un rito pintoresco, al parecer de origen pagano, de gran interés etnográfico, que venía a rememorar la mitad de la cuaresma y era  conocido como «aserrar al viejo».
 Como otras muchas, esta tradición tenía una carga simbólica y estaba representada por dos muñecos o marionetas con figura humana: una femenina y la otra masculina: la Vieja y el Viejo.


La Vieja.
La femenina representaba a una mujer adulta  que generalmente se hacía o confeccionaba sobre unas devanaderas que le servían de cuerpo y se le acoplaba un refajo o enagua. Después se adornaba con atuendos propios de la época, incluidos pañuelo, pendientes y otros ornamentos con el fin de que tuviera buena presencia.
Esta figura de «la vieja» representaba a la Cuaresma y era expuesta en la plaza y en las calles para que los vecinos la contemplaran.
El muñeco masculino de confección y presencia nada refinada, se hacía con unos pantalones viejos y una camisa desechada que se rellenaban de serrín o paja, y se le solía aplicar como cabeza una calabaza o un puchero de barro. Todo ello resultaba una figura de tamaño humano que era conocida como «El Viejo» 
Éste, sin embargo, sólo era visible en el momento en que se procedía a «aserrarlo» en la plaza ante el numeroso público que allí se congregaba para contemplarlo. El acto consistía en sujetar o atar al viejo por la cintura con una cuerda que se tendía desde una ventana a otra de la calle, quedando éste en el centro, mientras que varias personas situadas en cada una de dichas ventanas, tensaban y aflojaban la cuerda, produciendo vaivenes en el muñeco hasta que se partía y se desarmaba ante la risa y el jolgorio de los asistentes.


El Viejo.
El acto de «Aserrar el Viejo» no estaba exento de alguna que otra sorpresa, como era el de alojar varios ratones dentro de una vasija de cerámica que se introducía en el interior del muñeco. De manera que cuando éste se desarticulaba, la vasija caía al suelo y se rompía, lo cual hacía que los roedores salieran corriendo desorientadas en distintas direcciones ante el sobresalto del público asistente. Esta misma operación también solía realizarse con un gato.  En otras ocasiones se metía un recipiente lleno de caramelos y peladillas que al caer y romperse hacía las delicias de los zagales que contemplaban el espectáculo.
Este rito jocoso que se celebraba el miércoles que mediaba la Cuaresma, no hacía sino recordar que la mitad de la misma ya había pasado, y restaba la otra mitad.
En lo que se refiere a la celebración de este rito en otras partes de España no hemos encontrado ningún precedente, aunque el antropólogo e historiador don Julio Caro Baroja hace mención actos similares celebrados en Madrid y otros lugares de Andalucía entre los siglos xvii al xix, en los que se celebraban actos folclóricos sobre la representación de la cuaresma como una vieja:

 «Parece ser que en el siglo XVII la gente de Madrid se reunía en la Plaza Mayor, a mitad de la Cuaresma, con el objeto de partir, o ver partir, o aserrar, a una vieja por la mitad (con una sierra), acto que indicaba que el periodo cuaresmal también se había partido. Refiriéndose a Andalucía y en una época posterior (a fines del siglo XVIII y comienzo del XIX) se serraba por la mitad la figura de una vieja que representaba a la Cuaresma».
Si bien estos ritos eran análogos a los que se realizaban en Puebla y Almaciles en cuanto al fondo, no los eran en la forma, con lo cual, es plausible que la tradición del binomio viejo-vieja tal como aquí se hacía, fuera patrimonio exclusivo de este municipio.


Juan García Tristante.

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Bibliografía.

Berruezo Díaz, A. PUEBLA DE DON FADRIQUE 1525-1580. Sucesores de Nogués, Murcia 1980.

Caro Baroja, J. EL CARNAVAL  (Análisis Histórico -Cultural) Madrid, 1983, páginas 144-145-146.

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