Creo que no es
aventurado decir que los noviazgos de principio del siglo pasado no tienen nada
que ver con los de ahora. Es verdad que estamos en otra época y por lo tanto
las circunstancias también son distintas. Es por ello, que el noviazgo sea uno
de los ritos que más elementos tradicionales ha perdido en los últimos tiempos.
Hasta bien mediado el siglo xx, cuando un mozo tomaba la
determinación de rondar a una moza no le era tarea fácil, pues tenía que montar
una estrategia donde en principio debía de dejarse ver para que la dama
notara el interés que él mostraba hacia ella, pero tenía que hacerlo con toda
discreción, por si lo rechazaba no verse en una situación de sonrojo ante lo
que diría el vecindario.
Una vez realizado el primer paso, si la
moza en cuestión recibía con agrado el interés mostrado por el mozo, empezaba
otra nueva situación conocida como «arrimarse» que tenía su punto álgido los
domingos y festivos a la salida de misa. Era entonces cuando las jóvenes se
paseaban en grupos «a bracete» para ver y ser vistas, unas evitando, y otras,
procurando caer en los extremos de la fila, porque era por allí donde los
pretendientes tenían opción de arrimarse y hablar con la pretendida, empezando
de esta manera una relación que les llevaría al «noviaje» o al noviazgo.
A partir de aquí, debía de iniciarse
necesariamente una relación formal con la petición de entrada del novio en casa
de la novia. Esto significaba que el galán, en un «acto de valentía» en el
cual, sin duda, debía de pasar un mal trago, venciendo su timidez y haciendo de
tripas corazón se presentaba ante el padre de su pretendida para solicitar
permiso para cortejarla. En esta entrevista, el futuro yerno exponía las
razones por las cuales deseaba entablar relaciones con su hija, a la vez que
trataba de darle un buen informe sobre sí mismo y su reputación, tras lo cual
debía esperar el veredicto del futuro suegro.
Novios en la feria de la Puebla. La madre sentada con el hermano pequeño. |
Una vez que el novio había obtenido el
visto bueno y la aprobación, ya podía entrar con cierta libertad a la casa de
su prometida, incluso algunos festivos se le invitaba a comer o cenar, o a
pasar las «trasnochás» con la novia y alguien de la familia, porque, eso sí, la
pareja no podía quedarse en ningún momento sola, siempre debía de estar
acompañada por algún vigilante o «carabina», quien ante una mirada de
complicidad de los novios o cualquier atisbo de roce o carantoña sospechosa,
lanzaba alguna advertencia en forma de tos o golpe de tenazas en el suelo, para advertir a la pareja ante excesivas confianzas.
El «noviaje», que así se le llama en
Almaciles al noviazgo, podía ser corto o largo, dependiendo de la edad de la
pareja o de las posibilidades que tuvieran para fundar su propio hogar y
disponer de trabajo o hacienda. En este punto sería bueno recordar que
numerosos matrimonios se establecían movidos por el interés económico, motivo
por el cual estos padres a la hora de casar a un hijo o a una hija tenían muy
en cuenta los bienes de la familia con la que iban a emparentar, atendiendo
principalmente a la cantidad de tierras que poseían. Por consiguiente, era
relativamente normal que existieran enlaces de conveniencia entre las clases
medias, y sobre todo en las altas.
Al contrario de lo que ocurre actualmente,
la edad para contraer matrimonio solía ser temprana, pues cuando se superaban
los 25 años sin perspectiva de noviazgo o matrimonio, se pasaba al grado de
solterones, que conllevaba también el título de «moza o mozo viejo». De modo
que, cuando una mujer se encontraba en esa situación -con permiso de San
Antonio-, se decía de ella que iba a
quedar «para vestir santos». Igualmente se insinuaba de la mujer que después de
un largo noviazgo la dejaba el novio.
San
Juan
Cuando el noviaje estaba formalizado y la
boda ya se veía como una posibilidad real a corto plazo, la novia era
correspondida por parte del novio con un
«enramo» en el día de San Juan. Esto consistía en un regalo que la familia del
novio hacía a la novia. Con ello se simbolizaba o se reflejaba, de alguna
manera, el carácter de seriedad y compromiso de una relación que más pronto que
tarde se convertiría en boda.
En Almaciles la noche del día de san Juan,
la que une los días 23 y 24 de junio, se convertía en el mejor escenario para
la música, la guasa y las bromas, donde no faltaban los «enramos» que los mozos
echaban en las puertas de las casas de las mozas.
Los «enramos»
en cuestión, eran objetos y utensilios de cualquier estilo o tamaño, abundando
más aquellos que se utilizaban en labores domésticas y faenas del campo,
incluso vegetales: tallos o ramas de algunos árboles determinados.
Esa noche, por tanto, los padres de las
jóvenes casaderas se la pasaban en vela, pendientes de retirar el «regalo» que
probablemente dejarían en la puerta de la casa durante la madrugada, para que
aquella mañana no apareciera adornada con una albarda, un arado o la rueda de
un carro.
Aunque igualmente hubiera podido tratarse
de un trillo, una rama de higuera o un tallo de parra, que era la manera de
simbolizar el proceder o la fama de la moza o de sus progenitores, teniendo en
cuenta que el trillo significa el poco apego al trabajo; la higuera a la mujer
de vida alegre y la parra a quien no puede vivir sin los placeres del vino.
Todo ello formaba parte de esa noche mágica
de San Juan y del solsticio de verano, llena de simbolismo, mitos y fantasías
desde tiempos inmemoriales.
En esa noche era cuando se elabora el
famoso «vino de San Juan». Para obtener ese exquisito vino dulce se mezcla en
una garrafa, 5 litros de vino tinto con azúcar,
añadiéndole después trece nueces verdes recién cogidas. A
continuación se tapa la garrafa y se agita durante unos momentos, dejándolo
reposar sin moverlo durante seis meses, que son justamente el período que
separa el día de San Juan y el de Nochebuena, fecha en que se abría la garrafa
y se colaría el vino para que sirviera de fiel acompañante a los exquisitos
dulces que se elaboran por esas fecha: roscos, mantecados, suspiros, alfajor o
tortas de chicharrones.
El
Casamiento (la boda)
Si
anteriormente hacíamos referencia a los cambios culturales y tradicionales
habidos en el rito del noviazgo, lo mismo podemos decir de la boda o el
casamiento.
La boda ha constituido para muchos jóvenes
de Almaciles y de toda la comarca, uno de los acontecimientos más importantes
de sus vidas, pues no en balde, conlleva la emancipación de la casa
paterna y la fundación de un nuevo
hogar, sueño al que todo joven aspira, o por lo menos, los de aquella época.
Los novios (principios del siglo XX). |
Para conocer un poco como fueron las bodas
de nuestros abuelos, nos vamos a retrotraer a finales de siglo XIX y a la primera mitad del XX
El rito religioso del matrimonio comenzaba
con las tres velaciones (amonestaciones)
unas semanas antes de la boda. Las amonestaciones son el anuncio público
del enlace matrimonial, y se exponían en los tablones de las iglesias o en las
entradas de las mismas, durante tres semanas seguidas, con el fin de que los
parroquianos pudieran verlas por si alguien alegaba algún impedimento al enlace
matrimonial. Al mismo tiempo, los párrocos de estas iglesias también lo hacían
público en la misa de los domingos. Esta norma de la Iglesia sigue vigente
actualmente.
Pedimenta es el término que se empleaba
hasta no hace muchos años, cuando se iba a pedir la mano de la novia, aunque
también se decía, tomar el dicho. Este acto se celebraba en casa de los padres
de la novia, que ese día preparaban una sustanciosa comida para celebrarlo a la
cual asistían los miembros más cercanos de ambas familias. Como era costumbre,
la familia del novio le entregaba a la novia el regalo de pedida, que bien
podía ser en metálico, en especie o meramente personal, a modo de sortija,
pendientes o cualquier otro presente
Ese día, la novia mostraba el ajuar que
ella misma había confeccionado, exponiéndolo en la habitación más presentable
de la casa para que lo viera su futura familia. Este ajuar estaba compuesto por
juegos de cama y colchas bordados a mano, cubiertas de lana y ganchillo,
algunas prendas de lencería o camisones
elaborados con puntillas de
bolillos y otros elementos artesanales.
También era costumbre, que la víspera de la
boda, las mujeres del pueblo fueran a ver la cama de la novia. En estas
visitas la misma novia les mostraba los
muebles y enseres adquiridos o heredados para su nuevo hogar, así como el ajuar
del novio, el suyo propio y la cama con su correspondiente colcha y sábanas
bordadas que habrían de servir para pasar su primera noche de bodas; amén del
traje de novia y otros adornos y detalles que cualquier novia se presta a lucir
con el mejor estilo en el día de su casamiento.
Habría que indicar, no obstante, que no
siempre disponían los recién casados de vivienda independiente donde
establecerse, en cuyo caso se iban a casa de los padres del novio hasta que les
era posible disponer de la suya propia.
A los padrinos se les llamaba compadres:
él, el compadre y ella la comadre. No era común como lo es actualmente, que fuesen el padre de la
novia y la madre del novio, más bien ejercían esa función los compadres de
bautismo del novio, o en sus caso hermanos o tíos de los contrayentes.
Lo normal en aquella época era que las
novias se casaran «de corto» y el traje de novia solía ser de color negro con
un velo o blonda del mismo color o de tonos claros que le cubría la cabeza,
aunque también había quien utilizaba teja y mantilla, si bien este complemento
estaba reservado a personas de otro rango social. Este traje además era
guardado por la mujer durante toda su vida, ya que con toda probabilidad sería
utilizado para llevarlo en su «último viaje». Igualmente ocurría con el traje
del novio.
El día de la boda. |
La
ceremonia y el banquete
Hasta bien entrada la segunda mitad del
siglo XX las bodas se celebraban
en domingos o festivos por la mañana y como en otros lugares de esta comarca,
en Almaciles el novio iba a «recoger» a la novia a su casa acompañado de
familiares y amigos. Desde la casa de su futura esposa, los contrayentes junto
a los compadres y el cortejo de
invitados, recorrían andando el trayecto
que mediaba hasta la iglesia, mientras que un numeroso grupo de curiosos
esperaban en las inmediaciones del templo para verlos pasar.
Al empezar la ceremonia, el cura colocaba
sobre los hombros de los contrayentes «el yugo» como símbolo de unidad y
permanencia del matrimonio. Este objeto simbólico consistía en un paño bordado
con forma rectangular.
Una vez terminada la ceremonia religiosa y
tras las correspondientes felicitaciones y vítores a los novios, los recién
casados acompañados de los invitados, se
dirigían a casa de los padres de la novia, lugar donde generalmente se solía
celebrar el convite o «refresco». Éste se iniciaba con varias rondas de dulces
y mistela como antesala de la comida propiamente dicha que llegaría
inmediatamente después y, como era habitual, consistía en platos tradicionales
de la tierra en los que el arroz con conejo y pollo junto al guisado de cordero
se convertían en el elemento primordial.
El "refresco". |
Convite de boda. (Foto cedida por Juana Gutiérrez). |
A todo esto hay que decir que las guisanderas, mujeres vecinas del pueblo, con
acreditada experiencia en la gastronomía local, eran contratadas para elaborar las comidas que se daban en este
tipo de celebraciones, que en ocasiones duraban dos días.
Un dato destacable en las bodas que se
realizaban hasta principios del siglo xx
consistía en que los invitados le hacían el regalo directamente a la novia en
casa de ésta, momentos antes de que la
comitiva partiera hacia la iglesia.
Este acto lo presidía la misma novia quien
observaba atentamente cómo los invitados de ambas partes iban desfilado y
depositando su regalo en metálico encima de una mesa que se ponía para tal
fin.
Esto fue cambiando con el tiempo y a partir
de los años 20 y 30, el regalo se le daba a los novios después del casamiento,
en el mismo lugar donde se celebra el convite (cuando éste estaba concluyendo).
De forma que en la mesa donde se encontraban sentados los novios y, delante de
los mismos, se habilitaba una bandeja ante la cual los invitados iban
desfilando uno a uno dejando el regalo en efectivo a la vista tanto de los
novios como de los padrinos y familiares más allegados que iban tomando nota
visual del momento.
Aunque esta tradición ha venido a menos
debido a las nuevas costumbres y formas de vida, en esta comarca aún se sigue practicando.
Como colofón final al banquete, no podía
faltar la música, y con ella, el baile, unas veces al compás del acordeón y
otras al son de la música de cuerda. Pues justo es reconocer que Almaciles
siempre tuvo fama de tener buena música y excelentes músicos.
Haciendo uso del dicho popular de no hay dos
sin tres, si ya hubo pedimenta y boda,
faltaba una tercera celebración y ésta
no podía ser otra que la «tornaboda», que consistía generalmente en un convite
que los padres del novio daban en su propia casa, unos día después de la boda
en honor de los nuevos esposos, con la asistencia de éstos y los parientes más
cercanos.
Otros
casamientos
Si antes hemos hablado de la boda como
acontecimiento religioso y también social, en la que cada familia celebraba el
casamiento de sus respectivos descendientes con arreglo a sus posibilidades,
también había otras que por distintos motivos, los enlaces matrimoniales los
hacían de una forma austera, ateniéndose a lo estrictamente religioso, carente
de la parafernalia y pomposidad de las bodas tradicionales.
Estos casos se daban principalmente en
familias cuyos miembros eran jornaleros o sirvientes, cuyos ingresos no les
permitían realizar otro tipo de boda.
También se realizaban estas ceremonias,
cuando se había perdido recientemente un familiar cercano, en cuyo caso, por
respeto al difunto, los novios se
«echaban las cruces» cualquier día de la semana que no fuera festivo,
acompañados sólo por padrinos, padres y hermanos.
Llevarse
a la novia o irse con el novio
Esta costumbre se encontraba muy arraigada
por toda la comarca hasta mediados del siglo pasado, incluso hasta alguna
década posterior, y como es de suponer, este acto se llevaba a cabo de común
acuerdo entre la pareja, aunque había casos en los que influían «factores
externos».
Hay datos que confirman el hecho de que a
principios del siglo xx el número
de fugados (por el que también eran conocidos) se consideraba muy abultado,
llegando a sobrepasar en algunos momentos al de matrimonios eclesiásticos.
Se dice que esta tradición tiene
reminiscencias árabes, pero lo cierto es
que algunos de los motivos que llevaban a las parejas a tomar esta decisión,
estaban relacionados con el impedimento por parte de una o de ambas familias a
que se celebrara esa unión.
Otras causas podían ser el embarazo de la
novia, la carencia de dinero para sufragar los gastos de una posible boda,
incluso el estado de ánimo, calentamiento, decisión no madurada de los novios
etc.
A la hora de contraer matrimonio
eclesiástico, la Iglesia
que, como no podía ser de otra manera, desaprobaba la actitud de estas parejas,
como medida correctiva o sancionadora, aparte de una buena reprimenda recibida
por parte del cura, se les solía casar en días no festivos a primeras horas de
la mañana o incluso de madrugada, carentes de toda solemnidad, con la sola
asistencia de compadres y testigos, o como mucho, padres y hermanos de ambos.
La
cencerrada
El Diccionario de la Real Academia Española
de la lengua (DRAE) en una de las definiciones que hace del término cencerrada
dice lo siguiente: «Ruido desapacible que se hace con cencerros, cuernos y
otras cosas para burlarse de los viudos la primera noche de sus nuevas bodas»”.
Pues esto es lo que se hacía en Almaciles
hasta mediados del pasado siglo cuando se juntaban o se «arrejuntaba» un viudo
y una viuda, aunque también se podía dar la situación de hombre viudo con mujer
soltera o viceversa. En cualquier caso lo más probable era que no quedaran
exentos de una sonora «cencerrá» como se dice por aquí.
La mayor y más famosa «cencerrá» que se
recuerda en Almaciles, se remonta a la mitad del pasado siglo en la que fueron
los protagonistas un tal Desiderio, viudo, y una solterona llamada María
Antonia. Algunas personas que asistieron a ella, dicen que participó todo el
pueblo, incluidas autoridades como el alcalde y el comandante de puesto de la
Guardia Civil.
Según cuentan, era tal el ruido producido
por cencerros, caracolas, cuernas, pucheros, coberteras y otros utensilios de
efecto luminoso como antorchas y linternas, que su sonido y su visión se hizo
notar a una milla de Almaciles.
Y para terminar este apartado relacionado
con el patrimonio social y costumbrista, me voy a remitir a una curiosísima y
peculiar manera de detectar las posibilidades de éxito o fracaso de un varón a
la hora de rondar a la moza pretendida.
La tradición oral de la comarca nos da a
conocer que hasta finales del siglo XIX existía una antigua y pintoresca costumbre de uso frecuente en esta tierra que
consistía en lo siguiente: cuando el pretendiente de una moza quería saber si
iba a ser aceptado por el futuro suegro, arrojaba una garrota o bastón al
corral de éste y, si dicho bastón no le era devuelto, significaba que el mozo
en cuestión era bien visto por él y por la familia, con lo cual tenía asegurado
el «sí» de la moza. Si por el contrario, el bastón le era devuelto por el mismo
conducto que se le había enviado, es decir, arrojándolo al exterior,
significaba que no se le aceptaba y, por lo tanto, cualquier atisbo o intento
de declaración ante ella resultaría en vano.
Juan García Tristante.
Juan García Tristante.
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Bibliografía
Berruezo Díaz, Antonio. PUEBLA DE DON FADRIQUE 1525-1980.
Sucesores de Nogués. Murcia, 1980.
-Testimonios orales de persona que
tuvieron experiencia en algunos de los hechos aquí relatados.
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