Observamos que
el grupo numéricamente más importante lo integraba los jornaleros, entre los
que también había mujeres. Estos jornaleros trabajaban en labores relacionadas
con el campo: peonadas de siega, labranza, escarda, recogida de esparto o
recolección de plantas aromáticas…
Otros, se
«ajustaban» como sirvientes en casa de labradores o propietarios de tierras y
ganados y, en no pocas ocasiones, eran objeto de abusos laborales o de
manutención por partes de los contratantes.
Arrendamiento
de tierras
Las tierras del
campo de Bugejar, incluidas las de Almaciles, generalmente se distribuían en
latifundios: fincas de secano de gran extensión que pertenecían en su mayor
parte a familias de la nobleza o de las oligarquías locales de Huéscar y Puebla
de Don Fadrique. Alguna de estas propiedades fue producto de las
desamortizaciones producidas en el siglo XIX.
Muchas de estas
fincas o labores eran arrendadas y, dependiendo de su extensión, el arriendo se
hacía a uno o varios labradores, con la particularidad de que en muchos casos
pasaban de padres a hijos, perdurando en el tiempo durante varias generaciones
Los contratos
de arrendamiento o aparcería que se realizaban en esta comarca, se regían según
los usos y costumbres establecidos, siendo la mayoría de veces de forma oral,
en los cuales el propietario ponía las tierras y el labrador el trabajo para su
explotación.
Según estos
contratos, el amo o «señorito», como así le llamaban los labradores, recibía
una parte proporcional de la cosecha en grano según lo acordado, que
generalmente solía ser de un tercio en las tierras más productivas y un cuarto
en las de menor rendimiento. Es decir, de cada tres fanegas (en el primer
caso), dos para el labrador y una para el propietario; y (en el segundo) de
cada cuatro fanegas, tres para el labrador y una para el propietario.
Disponemos de
datos que se remontan a los siglos XVII y XVIII sobre la producción de cereales en Almaciles y el campo de Bugejar, en ellos se
refleja como principal cultivo el trigo candeal o «jeja», nombre por el que se
le conocía entonces a esta variedad de grano. En menor medida también se
cultivaba centeno, cebada y vid.
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Aventando "la parva" en la era. |
El
fenómeno de la emigración: II mitad
del siglo XX
En la década de
los años cincuenta se inició en Almaciles
y en toda la comarca, un proceso que sería irreversible y que cambiaría
radicalmente el panorama demográfico y socio económico de este territorio: la
emigración.
Los factores
que motivaron este fenómeno fueron por una parte, la reconstrucción de Alemania
tras la Segunda Guerra Mundial, y la posterior expansión de las economías
europeas, lo que conllevó algunos años después, al inicio de la
industrialización en España de territorios como Cataluña, Madrid, País vasco y
Levante. Por otra parte, la modernización y mecanización de la agricultura.
Esto hizo que
numerosos trabajadores, buscando la mejora del bienestar y, sobre todo, la
posibilidad de conseguir ahorros en poco tiempo, emigraran a países como
Alemania, Francia, Bélgica Holanda o Suiza.
Por esas fechas
también se desplazaron obreros a Cataluña en busca de trabajo. No obstante, fue
en los años sesenta y setenta cuando el fenómeno migratorio adquirió mayor
dimensión. Se extendió la demanda de empleo a otras zonas de España. Aunque
bien es verdad que el referente de la emigración era Barcelona y su provincia, porque
fue la que absorbió la mayor parte de mano de obra procedente de esta comarca.
Tampoco hay que
olvidar a las comunidades de Valencia y Murcia, que fueron igualmente
receptoras de muchas familias del municipio. Especialmente en esta última, porque
a partir de la segunda mitad del pasado siglo se produjo un auge espectacular
en la industria conservera, por lo que se necesitó recurrir a mano de obra
(principalmente femenina) de las provincias vecinas para abastecer la demanda
de producción en las fábricas. Ésta fue la causa por la que muchas familias de
Almaciles y del resto del Municipio de La Puebla se establecieran de manera
definitiva en Molina de Segura y Alcantarilla, ya que fueron las ciudades que
abanderaron el florecimiento de esta industria.
También hubo
familias que emigraron al Campo de Cartagena y se establecieron en la localidad
de la Aljorra
y en toda la comarca del Mar Menor. Otras fijaron su residencia en ciudades
como Elche (Alicante) y Alcora (Castellón) aprovechando la pujante industria
del calzado en la primera, y azulejera en la segunda.
Otro hecho
destacable fue el boom del turismo en
España, que se convirtió a partir de los años sesenta en un fenómeno de masas,
especialmente el de sol y playa. Las Islas Baleares y particularmente Mallorca
se convirtieron en punto de referencia para los turistas europeos que visitaban
nuestro país.
Esta
circunstancia motivó que numerosos jóvenes de la comarca se desplazaran a la
mencionada isla a trabajar en la hostelería, primero como temporeros, y
posteriormente de forma permanente, donde muchos de ellos se establecieron
definitivamente.
En cuanto a la
modernización de la agricultura, cabe
reseñar que fueron los propietarios y labradores con más recursos los que
mecanizaron las labores agrarias para conseguir mayores beneficios. El ejemplo
más significativo de esta mecanización es la llegada de tractores y cosechadoras.
Esto supuso que
a los muchos jornaleros que tuvieron que emigrar, también se les unieran
numerosos «piujaleros» o pequeños propietarios con insuficientes ingresos para
adquirir maquinaria con la que modernizarse. Otros, sin embargo, se quedaron
aún a riesgo de perderlo todo. Aunque a pesar de ciertas carencias, con algunas
ayudas salieron adelante.
Conviene tener
en cuenta que durante aquellos años, que muchos «señoritos» y hacendados se deshicieron
de sus tierras, y la propiedad de las mismas pasó a manos de los labradores, quienes
mayormente las adquirieron. Aunque también hubo familias de trabajadores
emigrantes que invirtieron sus ahorros en la adquisición de parte de aquellas
fincas o labores. Así se acabó prácticamente con una larga historia de
arrendamientos de varios siglos.
El éxodo
migratorio que se extendió a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, que tuvo su punto álgido en los años
60 y 70, dejó muy mermado el censo de las poblaciones rurales. Una muestra de
ello es que Almaciles tenía, a mediados de siglo, una población próxima al
millar y medio de habitante y en 1980 no llegaba a los seiscientos.
Un
futuro incierto
Como tantos
otros pueblos de la España
rural, Almaciles se siente actualmente avocado a una lenta y prolongada agonía
debido a la alta tasa de población mayor de 65 a 70 años y el bajo o casi nulo índice de nacimientos,
y mucho nos tememos que esta tendencia vaya a cambiar en el futuro, a no ser
que los jóvenes matrimonios que han establecido su residencia en otras
localidades, regresen a este lugar. Cosa que hoy por hoy parece bastante
improbable.
Si bien es
cierto que la adversidad demográfica deja a esta comarca con un incierto futuro, no es menos cierto, por otra
parte, que esta tierra ofrece un rico patrimonio histórico, arqueológico y de
naturaleza, que unidos a su reconocida gastronomía y a su excelente clima
veraniego, es punto de referencia para aquellos que, sobre todo en época
estival, quieren disfrutar de una temperatura suave y agradable, alejada del
rigor de los calores agobiantes de otras latitudes.
Para los que
gozan con el frío y la nieve, la belleza paisajística, el senderismo y otras
actividades de ocio y deporte ligadas a la naturaleza, esta tierra ofrece el
marco ideal para su práctica. Pues no hay que olvidar que en el entorno
montañoso que la envuelve se encuentra la majestuosa cumbre de la Sagra, junto
a otras montañas como Sierra Seca, Guillimona, el Calar, Zarza o Revolcadores,
esta última perteneciente a la vecina Comunidad Murciana. En todas ellas se
pueden divisar extraordinarios y espectaculares paisajes en cualquier época del
año, teniendo como testigos a la rica y variada flora y fauna de la zona.
¡Y qué decir de
la gastronomía!, de toda la vida la cocina tradicional se acompaña de
ingredientes típicos de cada comarca o región, cocinados con los estilos más
convencionales, lo que ensalza la materia prima por encima de cualquier
cuestión de diseño o apariencia.
Así es la
cocina mediterránea de esta tierra, de fuerte carácter tradicional y artesanal
que sabe conservar exquisitas recetas
plenas de olores y sabores.
De manera que,
cuando uno se sienta alrededor del fuego de la chimenea frente a una sartén de
migas, un arroz con guíscanos, unas chuletas de cordero segureño a la brasa o un
cochinillo al horno, la experiencia gastronómica se convierte en un himno de
sensaciones que armonizan los cinco sentidos. Así son los contrastes de esta tierra.
Productos del terreno